los pájaros
en los guayabos
y se abría el horizonte en dos
por tu silueta.
Se escuchaban caminitos en las huellas,
y ese olor de caramelo
en tu boca se alargaba.
Cuenta la Seño que te fuiste
cansado de esperar
todas las tardes
a que las amapolas
abrieran sus capullos.
No sabías que hay cadáveres que trinan,
frutos amargos que se caen y renacen,
amapolas
que marchitan sus pétalos
adentro.
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